Dr. David Estallo

Psiquiatra

El estrés nos vuelve locos

«El trabajo me está volviendo loco». Esta frase podría dejar de ser una hipérbole sin fundamento si se confirman las conclusiones de un estudio de la Universidad de California en Berkeley. Al parecer, el estrés crónico puede conducir a largo plazo a la generación de cambios neuronales serios. Tanto, que las personas que lo padecen tienen más probabilidades de sufrir en el futuro alguna enfermedad mental.

Hasta ahora, se ha sabido que los individuos aquejados de un estrés muy grave (como el síndrome de estrés postraumático que afecta a quienes han sufrido un episodio dramático de violencia) presentan anormalidades en ciertas estructuras cerebrales. Por ejemplo, en algunos casos se aprecian diferencias en la cantidad de materia gris y materia blanca.

Se llama materia gris al conjunto de los cuerpos de las células nerviosas, como las neuronas y las células gliales, que sirven de soporte a las primeras. La materia blanca es el conjunto de axones que interconectan entre sí a las neuronas: las autopistas por las que corre la información neuronal. Precisamente a esta red de axones se la conoce con el nombre de materia blanca por el color de la mielina, que no es otra cosa que la envoltura grasa de los axones que lubrica el flujo de señales eléctricas entre las células del cerebro. Ahora se ha descubierto que el estrés crónico puede afectar a la cantidad de mielina de nuestro órgano pensante. Los investigadores de Berkeley han desarrollado una serie de experimentos para demostrarlo y han llegado a la conclusión de que el estrés produce más células secretoras de mielina y menos neuronas de las que se aprecian en un cerebro normal. Eso quiere decir que el cerebro gravemente estresado tiene más materia blanca. El dato es importante porque el equilibrio entre ambos tipos de materia determina una correcta comunicación entre neuronas.

Hay dos estructuras cerebrales claves para entender este proceso: la amígdala y el hipocampo. La amígdala es el centro de control de la respuesta de lucha del cuerpo ante una amenaza. Regula nuestras funciones de supervivencia más primarias. Si paseamos por el campo y encontramos un palo en forma de serpiente, la amígdala es la primera en reaccionar y lanzar una señal de defensa. Pondrá el cuerpo en tensión, activará la secreción de hormonas como la adrenalina y aumentará el tamaño de nuestras pupilas. En cuestión de milisegundos el organismo está preparado para huir dando un salto o para afrontar la amenaza con agresividad, pisoteando a la supuesta serpiente. Sólo un instante después, otras áreas del cerebro (como el hipocampo que administra las memorias y emociones), habrán procesado bien la imagen para certificar que se trata de un inofensivo palo. Entonces el sistema de defensa se vuelve a relajar.

El estrés es una respuesta natural que nos permite sobrevivir y reaccionar a las amenazas. Pero puede cronificarse. En el mundo actual vivimos rodeados de estímulos que activan el mecanismo de defensa –gritos en el trabajo, congestiones de tráfico, ruidos insoportables, tensiones en el hogar, preocupaciones repentinas–. La maquinaria de alerta no tiene tiempo para relajarse. A eso se le llama estrés crónico y es uno de los males más comunes en el ser humano contemporáneo. Según los nuevos datos de este estudio, las personas afectadas por un síndrome de estrés postraumático desarrollan una conectividad entre el hipocampo y la amígdala mayor de lo normal y, sin embargo, sus conexiones entre el hipocampo y el neocórtex (que modera las respuestas repentinas) son más débiles. En estos casos, los mecanismos inhibidores que te advierten de que ya debes dejar de estar estresado no funcionan tan bien. Si el hipocampo y la amígdala están más estrechamente unidos, la respuesta ante una amenaza es mucho más rápida. Eso queda patente en la actitud de personas que acaban de sufrir un trauma y que reaccionan exageradamente a estímulos no amenazantes como un ruido o su sobresalto. El deterioro de estos mecanismos reguladores puede ser dramático y someter a los afectados a un permanente estado de vigilancia y angustia sin descanso.

Pero, ¿por qué se producen estos cambios neuronales en el cerebro de los estresados? El equipo investigador ha indagado en la actividad de células somáticas del hipocampo en ratas adultas. Estas células, en condiciones normales, evolucionan para convertirse en neuronas o en un tipo de célula glial conocida como astrocito. Pero en ratas sometidas a estrés crónico sus células somáticas derivaron en un tercer tipo llamado oligodendrocito. Precisamente éstas son las células encargadas de generar la mielina. Es decir, el estrés favorece que crezcan las células que producen mielina en detrimento de las que producen neuronas.

Los autores de este hallazgo quieren investigar ahora si el estrés en la infancia para averiguar si el ambiente en el que se educan los niños puede afectar a su equilibrio emocional de adultos. ¿Los niños que viven en entornos agobiantes, con padres obsesivos, estresados o muy preocupados generan peores respuestas al estrés cuando son adultos? Además, este estudio también puede arrojar luz sobre el desarrollo de algunas enfermedades mentales graves. Se sabe que algunos procesos psicóticos, la depresión, la tendencia al suicidio… pueden estar relacionados, precisamente, con modificaciones en el equilibrio entre materia blanca y gris en el cerebro.

Fuente: Diario “La Razón”, 13-2-14

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